Introducción
Estamos de paso…
Como bien sabéis la reflexión sobre lo efímera y potencialmente trivial de nuestra existencia no es de fácil digestión. Las ideas que estoy tratando de plasmar no son otra cosa que un ejercicio de análisis sobre lo corta que es la vida y la imperiosa necesidad de disfrutarla. Nació como una reflexión personal que debía de catalizar un cambio en mi vida pero que me pareció interesante compartir. Para ser sincero, no es que yo sea un ejemplo de aplicación de estas ideas. Es algo que está en mi lista de tareas pendientes antes de cumplir 30. A momento de escribir estas líneas estoy a falta de un mes. Por lo menos tenemos claro el objetivo, y eso, como dicen, es un 80% del trabajo.
El paradigma: Todo se acaba
No es el destino sino el viaje
Ralph Waldo Emerson
Algo incomodo de lo que a menudo nos cuesta hablar es el carácter fugaz de nuestra propia existencia. Siendo esta, tan finita como es, algunos, como es el caso de este que os escribe, tendemos a aplazar deliberadamente el disfrutar en pro de un futuro que consideramos mejor. Lo que en finanzas se conoce tradicionalmente como una inversión, un sacrificio en el presente con las expectativas de conseguir un rédito en el futuro.
La frase que antecede a este párrafo atribuida originalmente a Ralph Waldo Emerson, después mi interpretación, me dice así: lo mágico, lo bonito de esta vida no se esconde en las metas que nos vamos marcando sino en como disfrutamos del camino hasta su consecución.
Esto, no quiero decir que no tengamos ambiciones, sino que disfrutar del camino debería de ser una prioridad, quizás y si lo llevamos al extremo tomando prestadas las palabras de Jorge Bucay que leí en uno de mis libros favoritos, Déjame que te cuente, podríamos hasta concluir que no hay nada útil que se pueda conseguir con esfuerzo.
También nos educan diciéndonos que es con esfuerzo que se consiguen cosas y que, junto esas cosas, llegará la felicidad. La verdad que yo creo que eso es una gran mentira. Una mentira socialmente aceptada, universalmente determinada, pero una mentira al fin.
Os dejo el link al extracto aquí.
Antes de que esta afirmación resuene en vuestras mentes lo suficiente como para que os entren ganas de rebatirla, sugiero que le deis una vuelta al significado de la palabra esfuerzo. Cuando oí esto me pregunté a mí mismo si algo se hace con gusto, también lo consideramos un esfuerzo. Creo que ahí reside la inteligencia de su reflexión.
La Paradoja: Dinero y Tiempo, dos caras de una misma moneda
Nos pasamos más de la mitad de nuestra vida transformando nuestro tiempo en dinero
Como decía en la Felicitación de Navidad del año 2020 cuando contaba la historia del pescador.
Tiempo y dinero son dos caras de una misma moneda. Os lo explico con algunos ejemplos:
Cuando gastamos nuestro tiempo:
- Transformamos este tiempo en dinero, por ejemplo, al trabajar.
- Aumentamos nuestra productividad, por ejemplo, cuando estudiamos invertimos nuestro tiempo y el coste de oportunidad de no ganar ese dinero en pro de una mayor productividad, o lo que es lo mismo, que por nuestro tiempo nos paguen más dinero.
- Vivimos experiencias, por ejemplo, disfrutando de alguna actividad de ocio.
- Creamos vínculos con otros, por ejemplo, cuando lo compartimos con gente.
- Mejoramos nuestra salud, por ejemplo, cuando dedicando tiempo a deporte, nos cuidamos o vamos al médico.
- Crecemos como personas, por ejemplo, cuando leemos o aprendemos.
- O, simplemente lo dejamos pasar.
Cuando gastamos nuestro dinero:
- Capitalizamos el tiempo de otros, por ejemplo, cuando compramos unos pantalones en lugar de fabricarlos nosotros mismos (imaginaros el tiempo que os llevaría esto)
- Aumentamos la cantidad de tiempo que tenemos disponible, o lo mejoramos de algún modo, por ejemplo, cuando invertimos dinero en salud o deporte.
- Potenciamos el valor de nuestro tiempo aumentando su calidad, por ejemplo, cuando compramos experiencias.
- Aumentamos nuestra productividad, por ejemplo, cuando invertimos en formarnos.
- Reforzamos vínculos al invertirlo en otros
Hay dos matices muy curiosos a tener en cuenta:
Para crear vínculos con los demás, no solo basta con invertir dinero, sino que es preciso invertir tiempo. Por mi parte, valoro las cosas en función del coste relativo al esfuerzo que haya tenido para la persona que las brinda. Lo que sí que tengo claro es que el tiempo invertido en otros parece una medida de cariño más justa que el dinero, pues partimos todos desde umbrales más similares.
Nuestro tiempo, si o si, discurre impasible e imparable. El dinero, por el contrario, puede guardar parte del valor, disminuir, aumentar e incluso transferirse de persona a persona. Cuando ahorramos, generalmente transformamos parte de nuestro tiempo en dinero y lo guardamos en previsión de satisfacer una necesidad o voluntad futura. El dinero es la única cara de esta moneda que es capaz de almacenar valor.
Esto me recuerda al cuento del Buscador:
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día nuestro Buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó Kammir a lo lejos, pero un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. Estaba rodeaba por completo por una especie de valla pequeña de madera lustrada, y una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El Buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como por azar entre los árboles. Dejó que sus ojos, que eran los de un buscador, pasearan por el lugar… y quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción? Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días? Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, y sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar?
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Al acercarse a leerla, descifró: Lamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas. El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
–No, ningún familiar? –dijo el buscador–. Pero… ¿qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano cuidador sonrió y dijo:
“Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré… Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de entonces, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana, dos? ¿Tres semanas y media? ¿Y después?, la emoción del primer beso, ¿cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?, ¿horas?, ¿días?
Así vamos anotando en la libreta cada momento, cada gozo, cada sentimiento pleno e intenso… Y cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ése es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.”
Jorge Bucay – Déjame que te Cuente
¿Qué sentido tiene tener cosas?
Si ya estamos de acuerdo en que estamos de paso, ¿qué valor tiene poseer las cosas más allá de su utilidad?
Recientemente he puesto a la venta muchas de las cosas que tenía en el trastero, todo el equipo de sonido e iluminación de cuando me dedicaba a hacer eventos en EM Events, un portátil que no uso, y hasta mi equipación completa de airsoft. El caso es que está creciente lista de objetos, no aportan valor sin uso, y puesto que no lo han tenido utilidad en los últimos años y se están depreciando, no tiene sentido alguno conservarlos.
Últimamente le estoy dando muchas vueltas a esta idea de tener menos y cuidar lo que tenemos, porque al final, nos volvemos responsables, dicho de forma suave, o esclavos si lo exageramos, de aquello que posemos. Esto me recuerda a otra historia de Jorge Bucay, parece que en este post va a estar muy presente:
Todo empezó con un ataque de celos con mi novia. Ella había preferido encontrarse con sus amigas del colegio y postergar la salida conmigo, que lo contrario. Desde allí empezaron a desfilar por mi cabeza las situaciones de pérdida y el dolor que esto siempre me causaba. Yo había hablado en terapia de la importancia de vivir las pérdidas como tales, pero ahora estaba francamente fastidiado.
— No entiendo por qué tengo que compartir mi pareja con sus amigas, ni mis amigos con sus parejas. Lo digo así para escucharme esta estupidez y que me ayudes. Cuando algo es Mío, aunque sea troglodítico como dices tú, siento que tengo derecho de cederlo o NO, y por el tiempo que quiera yo. Por eso es Mío.
Jorge dejó la pava y me contó:
Caminaba distraídamente por la calle cuando la vio. Era una enorme y hermosa montaña de oro. El sol le daba de lleno y al rozar su superficie reflejaba tornasoles multicolores, que la hacían parecer un personaje galáctico salido de una película de Spielberg. Se quedó un rato mirándola como hipnotizado.
— ¿Tendrá dueño? –pensó. Miró para todos lados, pero nadie estaba a la vista. Al fin, se acercó y la tocó. Estaba tibia.
Pasando los dedos por su superficie, le pareció que su suavidad era la correspondencia táctil perfecta de su luminosidad y de su belleza.
— La quiero para mí –pensó. Muy suavemente la levantó y comenzó a caminar con ella en brazos, hacia las afueras de la ciudad. Fascinado, entró lentamente en el bosque y se dirigió al claro. Allí, bajo el sol de la tarde, la colocó con cuidado en el pasto y se sentó a contemplarla.
— Es la primera vez que tengo algo valioso que es mío. ¡Sólo mío! –pensaron los dos simultáneamente.
— Cuando poseemos algo y nos esclavizamos en dependencia de ese algo, quién tiene a quién, Demi… ¿Quién tiene a quién?
Jorge Bucay – Déjame que te Cuente
Y esto no solo aplica a las relaciones con las personas sino también, como en el caso que subyace a la metáfora, de las cosas. Os puedo contar la historia de mi coche, para los que os guste el mundillo del motor es un BMW Z3 del 2002 con el motor M54 de 6 cilindros en línea, aspiración natural y que rinde 231 caballos. El coche salió por primera vez en la película GoldenEye de James Bond en 1995 y yo me hice con uno en una de sus últimas versiones en marzo del 2017. Fue gracias a un dinero que me dejó mi abuelo, interesante reflexionar como esto es parte del tiempo que él, y mi abuela, dedicaron a trabajar en su vida. En cualquier caso, es un coche que me encanta, estéticamente es espectacular y su diseño es atemporal. Es uno de los Roadster más asequibles y con menor coste de mantenimiento del momento, pero, en cualquier caso, es un biplaza de capricho con casi 20 años, y requiere de ciertos cuidados. Por ejemplo, tratar la capota en invierno, cambiar algunas piezas o algo tan trivial como mantenerlo limpio. Esto último parece que es más importante cuanto más bonito el coche. El caso es que como veis, el hecho de tener el coche, y considerarlo valioso, hace que me esfuerce por cuidarlo y le dedique tiempo generando un vínculo entre el objeto y yo que va más allá del valor del propio objeto. Mi coche es especial no solo por cómo es sino porque es mío, he vivido buenos momentos con él, lo he cuidado y trato de conservarlo bien ilustrando así, no solo el argumento de Jorge sobre la posesividad sino también una de las ideas centrales de la obra de Antoine de Sain-Exupéry, El Principito. En su capítulo XXI dice así:Eres responsable, por siempre, de lo que hayas domesticado. Por supuesto hace tiempo que hemos dejado de hablar de coches, pero sirva el coche, al igual que la rosa, de metáforas en esta alegoría. Podéis encontrar más citas de esta obra, tan tiernas como conducentes a reflexión, en La Felicitación de Navidad del 2018.
También hay que disfrutar en la Adversidad
Y quizá cuando salgas a pasear y te dé vueltas la cabeza, aparezca un gato; y si le prestas atención, podrás recordar, aunque solo sea durante quince segundos que la maravilla del Ser puede compensar el sufrimiento imposible de erradicar que lo acompaña. Si te encuentras un gato por la calle, acarícialo
La frase que introduce este párrafo concluye la regla número 12 de la obra de Jordan Perterson 12 Reglas para Vivir, Un Antídoto al Caos. En este capítulo Jordan explica, poniendo como ejemplo a su hija Mikhaila que sufre de Artritis Idiopática Juvenil, como en los momentos más complicados de su enfermedad, trataba de encontrar un poco de luz que alumbre el camino. Esta luz, en su experiencia, puede tomar la forma de acariciar por unos segundos al gato del vecino.
Y por fin Finite…
Céntrate en las cosas que importan y te emocionan
En mi afán por poner nombre a las cosas bauticé esta idea como finite. Finite del inglés finito nace como un conjunto de ideas, de valores centrados en la libertad. En, no el derecho, sino la obligación de cada uno de buscar la felicidad. Luego el emprendedor que hay en mi diseño un logo, y una persona muy especial, llamémosla A, me regalo una sudadera, una camiseta y una bolsa con el estampado. Así nació la idea que se transformó en marca. Una marca más personal que otra cosa. Una marca que nos invita a centrarnos en las cosas que de verdad importan, que nos hacen vibrar, porque estamos de paso y nuestro tiempo aquí es limitado. Finito. ¡Qué comience la aventura!