Felicitación de Navidad 2020 – Nesmrtelnost

Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht). Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad. ¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad? La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad? Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecemos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad? Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo. ¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.

Querida familia,

Comienzo esta carta con una notable falta de inspiración y muchas dudas sobre qué me gustaría escribir y cómo me gustaría enfocarlo. Cuando inicialmente pensé sobre qué libro me gustaría inspirar la carta de este año, me vino a mente La Insoportable Levedad del Ser de Milán Kundera. Este libro llegó a mi vida como la más banal de las casualidades (me lo recomendó un extraño en un Pub de Camden Town) y meses después lo disfruté como pocos. Quizás sería porque mis expectativas eran moderadas y el libro podría clasificarse de obra maestra.

Es interesante que la satisfacción no sea más que el cociente entre la percepción y las expectativas.

El homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente (porque todos sentimos), sino como un hombre que ha hecho un valor del sentimiento. A partir del momento en que el sentimiento se considera un valor, todo el mundo quiere sentir; y como a todos nos gusta jactarnos de nuestros valores, tenemos tendencia a mostrar nuestros sentimientos.

El caso es que el libro tiene tanto de genial como de transgresor, obsceno y crudo lo que me impresionó y escandalizó a partes iguales. Los libros de las pasadas cartas: El Alquimista, Big Fish, El Principito y Déjame Que te Cuente tienen en común un aire naive, una visión positiva y un regusto alegre. Son libros de luz. Sumergirse en las reflexiones de Milan Kundera nos adentra en un universo velado de sombras, desasosiego e insignificancia, en sus palabras, en un mundo de levedad, que no me pareció propio de la Navidad. Me decidí entonces a buscar a alguna otra obra sobre la que pudiese apoyar esta carta. Tras algunas idas y venidas sin mucho éxito, me di cuenta de que el libro me gustaba mucho para dejarlo ir. Busqué una solución de compromiso, quedarme con algún fragmento y buscar otra obra de Milán un poco menos cruda. La elegida fue Nesmrtelnost (La Inmortalidad) y esto que leéis es el resultado.

El hombre no es más que su imagen. Los filósofos pueden decirnos que es irrelevante lo que el mundo piense de nosotros, que sólo vale lo que somos. Pero los filósofos no comprenden nada. En la medida en que vivimos con la gente, no somos más que lo que la gente piensa que somos.

Este párrafo me trae a la mente el juego de la venta de Johari que, en alguna ocasión, he compartido con vosotros. Lo conocí gracias a una entrevista que hicieron a Jorge Bucay en el programa Animales Sueltos. Os recomiendo que lo veáis entero, pero podéis encontrar el ejercicio a partir del minuto 38.

Lo que plantea Jorge no es más que un juego para conocernos a través de dos preguntas. Comienza pidiendo al interlocutor que coja papel y boli y dibuje un cuadrado marcando en el vértice superior izquierdo el 0. Y En los vértices superior derecho e inferior izquierdo el 100. Se explica que se realizarán dos preguntas cuya respuesta será un número entre 0 y 100 y que este número se marcará en el respectivo eje. Si os animáis a hacerlo mejor seguid el vídeo.

Las preguntas son la siguientes

  • De 0 a 100 ¿Cuánto me importa de verdad lo que los demás opinen de mí?
  • De 0 a 100 ¿Cuánto me animo a decir lo que de verdad pienso?

Antes de continuar se pide que no se responda de momento y se matizan algunas ideas:

  • Que te importe no quiere decir someterse a la opinión del otro, sino tomarla honestamente en consideración.
  • Que la persona a la que nos referimos por demás no es ni tu madre, ni alguien que pasa por la calle, sino un grupo social intermedio o la suma de las opiniones de todos.
  • Que compartir con los demás no implica ser cruel sino expresar lo que uno siente desde el respeto.

A partir de las respuestas se trazan unas líneas horizontales y verticales dando lugar a un dibujo como el que se muestra más abajo.

Ventana de Johari
Ejemplo de Ventana de Johari

Hilando de nuevo con la reflexión de Milán “no somos más que lo que la gente piensa que somos”, Jorge explica que hasta el retrato que vemos en el espejo es una imagen invertida de nosotros y que solo a través de los demás podemos conocernos. En este punto invita a vincularnos con otros para conocernos y plantea los siguientes razonamientos que, para el ejemplo que os muestro serían así: De 0 a 70 escuchas y, por lo tanto, como no tienes otra forma de conocerte que a través de los demás, de 0 a 70 te conoces y 70 a 100 no quieres escuchar y, por tanto, no te conoces. De igual forma, de 0 a 80 te muestras y, por lo tanto, como la única forma que tienen los demás de conocerte es a través de lo que muestras, de 0 a 80 te conocen y de 80 a 100 no te muestran y por tanto, no se conoce de ti.

El ejercicio concluye explicando que el resultado de las respuestas da lugar a cuatro cuadrantes (descritos en el gráfico) que se asemejan a una ventana y que el resultado se le conoce como Ventana de Johari en honor a Joseph Luft y Harrington Ingham quienes le dieron nombre en 1955. Se explica entonces que la luz a la vida solo entra por el cuadrante del Yo Libre y se invita a al interlocutor a abrir su ventana escuchando y compartiendo más.

Todos necesitarnos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir. La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con largas barbas. Estaba acostumbrado a sus lectores y, cuando un buen día los rusos cerraron su semanario, tuvo la sensación de que el aire era cien veces más enrarecido. Nadie podía reemplazarle la mirada de los ojos desconocidos. Le pareció que se ahogaba. Entonces fue cuando advirtió que la policía vigilaba todos sus pasos, que oían sus conversaciones por teléfono y que hasta le sacaban en secreto fotos en la calle. ¡De pronto los ojos anónimos estaban otra vez en todas partes y él podía respirar de nuevo! ¡Estaba feliz! Se dirigía con voz teatral a los micrófonos de las paredes. Había encontrado en la policía al público perdido. La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas. Entre éstos están Marie-Claude y su hija. Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de los de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad. Pertenecen a este grupo Teresa y Tomás. Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores. Por ejemplo, Franz. El único motivo de su viaje hasta la frontera de Camboya fue Sabina. El autobús traquetea por la carretera tailandesa y él siente que su larga mirada se fija en él. A la misma categoría pertenece también el hijo de Tomás. Lo llamaré Simón. (Se alegrará de tener un nombre bíblico como su padre.) Los ojos que anhela son los de Tomás. Cuando se comprometió en la recogida de firmas lo echaron de la universidad. La chica con la que salía era sobrina de un cura de pueblo. Se casó con ella, se hizo tractorista en la cooperativa, católico practicante y padre. Después se enteró por medio de algún amigo de que Tomás también vivía en el campo y se alegró: ¡el destino había logrado que sus vidas fuesen simétricas! Aquello lo impulsó a escribirle una carta. No pedía respuesta. Lo único que quería era que Tomás dirigiera su mirada hacia su vida.

Y aterrizando de nuevo del mundo de las ideas al de las cosas, es momento de reflexionar sobre este año que ha sido, en el mejor de los casos, diferente. Recuerdo con especial cariño a todos los que lo estáis pasando mal y sobre todo a aquellos de los que no podremos seguir disfrutando: amigos de la familia desde, como solíais decir, “cuando llevábamos pantalones cortos“ y aquellos que habéis despedido a esa persona de la que se suele decir que es la que más os quiere en el mundo y que desde hace ya algún tiempo, os consideramos familia.

En un terreno más personal, la cuarentena ha catalizado un cambio de vida donde he tenido la oportunidad de mirarme de cerca en el mejor espejo que uno se puede mirar.

—Imagínate que vivieras en un mundo en el que no hay espejos. Soñarías con tu rostro y te lo imaginarías como reflejo exterior de lo que hay dentro de ti. Y después, cuando tuvieras cuarenta años, alguien te pondría por primera vez en la vida un espejo delante. ¡Imagínate el susto! Verías un rostro completamente extraño. Y sabrías con claridad lo que no eres capaz de comprender: tu rostro no eres tú.

Os adelanto que el reflejo no ha sido el esperado y ha dado lugar a mucha reflexión. Yo, que no me caracterizo por ser modesto, me he enfrentado a rasgos de mi personalidad que, o bien desconocía, o bien consideraba positivos. En concreto lo más resaltable sería la importancia que cada uno le damos a los verbos Querer, Poder y Deber. Una lección que he bautizado como “Los Tres Verbos” y que a menudo resuena en mi conciencia. Impartida hará ya más de 15 años e idealizada en mi mente, tuvo lugar en una tarde de verano en Sóller (seguramente el pueblo más bonito de España) tras jugar una partida de Ajedrez. El maestro, que también respondía al nombre de abuelo, dijo algo que hoy recuerdo así: Hay tres verbos en la vida que debes de preguntarte a la hora de tomar una decisión, estos son Querer, Poder y Deber […] Hoy me gustaría profundizar contigo sobre el deber. Es una pena el no poder compartir más tiempo con los abuelos, hay tanto que aprender.

El amor verdadero tiene siempre la razón, aunque sea injusto.

Es curioso el peso que tiene la educación y las circunstancias en la forma en la que vemos las cosas. Dicen que a menudo el error está en pensar que la verdad solo se divisa desde el lado en el que estamos. Esto me recuerda que tienes la suerte de haberte criado en el hogar más entrañable que conozco. Admiro, quiero y agradezco la existencia de cuantos lo conformáis y celebro que existan familias así. Gracias por dejarme formar parte de ella. Así fue como, casi sin quererlo, sentí por primera vez que tenía un lugar al que llamar mi pueblo. Y no era un pueblo cualquiera, el mío tiene la categoría de Capital Europea.

Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho hermosa nuestra vida. Desde que conoció a Teresa ninguna mujer tenía derecho a imprimir en esa parte del cerebro ni la más fugaz de las huellas. Teresa ocupaba despóticamente su memoria poética y había barrido de ella las huellas de las demás mujeres.

[…]

El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética

[…]

Tomás no se daba cuenta en aquella ocasión de que las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede surgir de una sola metáfora.

Todavía queda mucho que explorar en el terreno Los Tres Verbos. Igual hay que recorrer ese camino en caravana. Sea como fuere y en palabras de Milán:

Tengo la firme voluntad de amarte hasta la eternidad.

Gracias de corazón.

Siento, luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general y se refiere a todo lo vivo. Mi yo no se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay mucha, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me pisa un pie, el dolor sólo lo siento yo. La base del yo no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos. En el sufrimiento, ni siquiera un gato puede dudar de su intransferible yo. En un sufrimiento fuerte, el mundo desaparece y cada uno de nosotros está a solas consigo mismo. El sufrimiento es la universidad del egocentrismo.

Y sin discrepar de esta disertación y estando de acuerdo en la soledad del sufrimiento, en ti he encontrado un gran apoyo. Compartimos papel en la pérdida más grande a la que nos hemos enfrentado. Como en el juego de los principios contradictorios que encabeza esta carta, quizás nuestra relación sea lo positivo en el taijitu de las cosas. Hoy me siento más cerca de ti que nunca. Celebro y disfruto tus éxitos y te deseo que la vida te traiga todo lo bueno que, sin duda, te mereces. En ti veo su fuerza, energía y estilo. Me alegra no solo esto sino la vida que, junto con una gran persona que tengo el honor de llamar amigo, incluso antes que tú pareja, has construido. Tenéis una de las relaciones más bonita que conozco. Creo que esto no sería posible sin unos buenos modelos. Me acuerdo mucho de tus maestros, a los que también llamas padres y que no solo te han inspirado a ti, sino que comparten su amor también con nosotros. También de los míos y de cuanto nos quieren. Y como ya os dije en otra ocasión, lo único que hace falta para que un niño salga bien es que se sienta querido. Tengo debilidad por las madres. Esto me lleva también a dos ideas que recuerdo a menudo y que me enseño mi profesora de francés favorita, que, quizás por su padre, compañero de Cousteau, tenía una admirable vocación de aventurera que compaginaba haciendo trabajo humanitario en las zonas más recónditas de la India. Lo recuerdo así:

El tipo de hombre con el que yo quería salir cuando tenía veinte años seguramente no es el padre que yo quería tener para mis hijos y es posible que no sea la persona con la que quiera envejecer. Las personas convergemos y divergimos en la vida y es difícil encontrar a alguien que evolucione en este camino de la misma forma que lo hacemos nosotros.

Creo que esto no solo pasa con la pareja sino también con las relaciones. Somos un buen ejemplo de mentalidades que se forjaron parecidas y que ahora convergen.

Irene, este año, esta carta va dedicada a ti.

Y a propósito, os dejo también otro consejo que nos dio: Una mujer, para ser libre, solo necesita tres cosas: tener un trabajo, elegir cuando quedarse embarazada y tener carné de conducir.

Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad.

Y este es uno de los temas centrales de La Inmortalidad. Si madurar es difícil, envejecer lo tiene que ser aún más. Yo, como el niño que en el parque de atracciones no da la altura para subirse en la montaña rusa, no tengo suficiente crédito moral para hablar de lo que es envejecer. Me centraré entonces en lo que entiendo por madurar, no sin antes compartiros estas líneas:

Cuando ahora Agnes piensa en ello, le parece que la vida de la madre fue como un círculo: salió de su medio, se adentró valientemente en otro mundo del todo diferente y después regresó de nuevo: vivía con el padre y dos hijas en una casa con jardín, y varias veces al año (navidades, cumpleaños) invitaba a todos sus parientes a grandes fiestas familiares; imaginaba que después de la muerte del padre (que se anunciaba desde hacía ya tiempo, de modo que todos lo miraban amablemente como a alguien a quien ya se le había acabado el período oficial de residencia planeado) irían a vivir con ella la hermana y la sobrina.

[..]

Y entonces pensó que también el padre volvía, describiendo un círculo, al punto de partida. La madre: de la familia, pasando por el matrimonio, a la familia. El: de la soledad, pasando por el matrimonio, a la soledad.

Creo que el ejercicio de madurar no es otro que el de tomar responsabilidad a la vez que perdemos la inocencia. Y en este ejercicio, no sé porque, pero algunos perdemos también parte de ilusión o lo que los franceses denominan joie de vivre.

Si a esto unimos la ambición se forma un coctel muy peligroso. Es como la historia del pescador del muelle al que se le acerca otro que va allí a pescar solo un par de días al año. Este último, seguro que es consultor, porque tiene pocas vacaciones. Al ver que el primero tiene mucho arte pescando le pregunta si, dado su talento, no contemplaba hacer esto de forma profesional para ganarse un dinero extra. Este le espeta en tono inquisitivo — ¿para qué? a lo que el primero le responde que para poder ganar un dinero y quizás comprar un barco desde el que poder pescar y hacer crecer el negocio. Después de varios envites y reflexiones por parte del consultor, que por su profesión está acostumbrado a remar a contracorriente, llegan a la conclusión de que el fin último es invertir tiempo en crear un negocio que te permita tener dinero para ser dueño de tu tiempo y así, tener tiempo para poder dedicarte a lo que de verdad te gusta. Atónito, el pescador le responde que para que quiere todo eso si lo que de verdad le hace feliz es pescar y ya lo hace sin ninguna preocupación.

A la par que os cuento esta historia creo que la madurez, la responsabilidad y la ambición son necesarias y el resultado de su ejercicio responsable, es que la sociedad vive su situación de menor violencia y mayor seguridad de la historia. Y esto es algo que ha sido progresivo. Si queréis profundizar en esta idea os recomiendo The Better Angels of Our Nature de Steven Pinker.

Dicho esto, creo que una parte de la sociedad huye de la responsabilidad mientras que otra asume demasiada, otro juego de opuestos. Que bueno sería un mayor equilibrio. Eso sí, de vez en cuando creo que todos nos deberíamos permitir jugar. Para esto es bueno tener niños cerca y fijarse como lo hacen. Todos sabemos que los niños alegran las navidades.

Este año me gustaría ser un poco menos maduro y sobre todo jugar un poco más. Y para jugar, que mejor que hacerlo con amigos. Esta cuarentena nos ha tenido lejos de aquellos que queremos, pero me llevo buenos recuerdos. Nunca pensé que pudiera disfrutar de que me secuestraran un fin de semana. He tenido la oportunidad de compartir con vosotros muy buenos momentos. Algunos detrás de una raqueta, otros retomando mi deporte favorito. Algunos, para los que casi ya no distingo entre entrenador y maestro, me habéis ayudado a retomar viejos proyectos. Con esta excusa, he podido hablar con algunos de vosotros a los que hacía años que no escuchaba. Os tengo presente también a vosotros a los que nos unió este deporte y que recientemente os enfrentáis a la pérdida de otro maestro, gracias por vuestro apoyo y ayuda cuando lo necesitamos. A vosotros que habéis tenido un año difícil y con un cambio de vida radical de por medio y mucha incertidumbre. Os envío fuerza y ánimo. También a los que, después de unos años difíciles os veo disfrutar y pronto seréis uno más en casa. Cuántas vueltas da la vida. También me acuerdo de ti que estás lejos y has celebrado tus 30 lejos de tu familia y de ti que estás cerca, pero estás pensando en rehacer tu vida por otros lares. Esperemos que cómo la vida cíclica de Agnes, podamos retomar pronto las cosas que nos hacían felices.

Así, gracias a Solzhenitsin, los derechos humanos volvieron a encontrar un sitio en el vocabulario de nuestra época; no conozco a un solo político que no hable diez veces al día de la «lucha por los derechos humanos» o de la «falta de respeto por los derechos humanos». Pero como la gente en Occidente no tiene la amenaza de los campos de concentración y puede decir y escribir lo que quiera, la lucha por los derechos humanos, cuanto más ganaba en popularidad, más perdía en contenido concreto y se convertía en una especie de postura genérica de todos hacia todos, en una especie de energía que convierte todos los deseos humanos en derechos. El mundo se convirtió en un derecho del hombre y todo se convirtió en derecho: el ansia de amor en derecho al amor, el ansia de descanso en derecho al descanso, el ansia de amistad en derecho a la amistad, el ansia de circular a velocidad prohibida en derecho a circular a velocidad prohibida, el ansia de felicidad en derecho a la felicidad, el ansia de publicar un libro en derecho a publicar un libro, el ansia de gritar de noche en la plaza en derecho a gritar en la plaza. Los parados tienen derecho a ocupar una tienda cara, las señoras con abrigos de piel tienen derecho a comprar caviar, Brigitte tiene derecho a aparcar el coche en la acera y todos, los parados, las señoras de los abrigos de piel y Brigitte, forman parte de un mismo ejército de luchadores por los derechos humanos.

Nunca ha sido objeto de esta carta entrar en política, pero, invitado por esta cita, me permitiré una licencia que linda con lo político pero que pretende tener un trasfondo más filosófico. Escuché una vez que un derecho es algo que nadie te puede negar, pero no que exista una obligación de darte. Creo que desde el punto de vista legal no es una interpretación ortodoxa, pero desde un punto de vista ético me convence. A mi parecer, todas las reivindicaciones presentes en nuestra sociedad se podrían resumir respetando el primer artículo de La Declaración de Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Todos los demás artículos nacen como una elaboración del concepto que subyace a esta primera idea de libertad, igualdad y fraternidad. Me parece especialmente curioso que primero nazcamos libres y luego iguales.

Y cierro este capítulo no sin antes dejaros otra de las joyas de este libro:

El peligro del odio consiste en que nos ata al adversario en un estrecho lazo.

En el plano profesional diría que este año ha sido un buen año. Por suerte mi puesto no se ha visto directamente afectado por la pandemia, y si bien, he tenido que trabajar un poco más duro dado el contexto económico, lo he podido complementar con el teletrabajo que, sin duda, supone un ahorro de tiempo y una notable mejora de la calidad de vida. He aprendido, disfrutado y compartido mis días de trabajo con un equipo excepcional compuesto por buenos profesionales y amigos. También he tenido que despedirme de buenos amigos y sobre todo excelentes personas con las que espero seguir compartiendo aventuras en el futuro.

Y no bastaba con que nos identificáramos con nosotros mismos, era necesario que nos identificáramos apasionadamente, a vida o muerte. Porque sólo así podemos considerarnos no como una de las variantes del prototipo hombre, sino como un ser que tiene su propia esencia irreemplazable. Este es el motivo por el cual la joven no sólo necesitaba dibujar su propio retrato, sino que quería al mismo tiempo poner ante todos de manifiesto que hay en él algo totalmente único e irreemplazable, por lo que vale la pena pelear y hasta dar la vida.

En lo relativo a Digital Branding Ltd celebrar que el pasado 19 de noviembre cumplimos cinco años. A los que me acompañáis desde el principio, gracias por formar parte de esta familia y a los que os habéis incorporado al equipo recientemente, mi más afectuosa bienvenida.

Aquel que quiere permanentemente «llegar más alto» tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo. ¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.

No quiero cerrar esta carta sin haceros partícipes de una idea que me ronda la cabeza desde hace ya algunos años y que consiste en una iniciativa de índole social. Todavía no tenemos el vehículo y el formato está abierto. Lo que sí que tengo claro, es que me gustaría relacionarlo con el emprendimiento como vehículo de desarrollo. Espero que me oigáis hablar más de esto en el futuro y si tenéis inquietudes de este tipo, no dudéis en compartirlas.

Os deseo un feliz año 2021, Con todo mi cariño