Había una vez un niño muy curioso, sensible e inquieto que fue al circo y se quedó maravillado al ver la actuación de un gigantesco elefante. En el transcurso de la función, el majestuoso animal hizo gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Durante el intermedio del espectáculo, el chaval se quedó todavía más sorprendido al ver que la enorme bestia permanecía atada a una pequeña estaca clavada en el suelo con una minúscula cadena que aprisionaba una de sus patas.
«¿Cómo puede ser que semejante elefante, capaz de arrancar un árbol de cuajo, sea preso de un insignificante pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros del suelo?», —se preguntó el niño para sus adentros—«Pudiendo liberarse con facilidad de esa cadena, ¿por qué no huye de ahí? » —siguió pensando el chaval en su fuero interno.
Finalmente, compartió sus pensamientos con su padre, a quién le preguntó: —¿Papá, por qué el elefante no se escapa? —Y el padre, sin darle demasiada importancia, le respondió: —Pues porque está amaestrado.
Aquella respuesta no fue suficiente para el niño.
—¿Y entonces, por qué lo encadenan?, —insistió—.
El padre se encogió de hombros y, sin saber qué contestarle, le dijo:
—Ni idea.
Seguidamente, le pidió a su hijo que le esperara sentado, que iba un momento al baño. Nada más irse el padre, un anciano muy sabio que estaba junto a ellos, y que había escuchado toda su conversación, respondió al chaval su pregunta:
—El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a esa misma estaca desde que era muy, muy, muy pequeño.
Seguidamente, el niño cerró los ojos y se imaginó al indefenso elefantito recién nacido sujeto a la estaca. Mientras, el abuelo continuó con su explicación:
—Estoy seguro de que el pequeño elefante intentó con todas sus fuerzas liberar su pierna de aquella cadena. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguió porque aquella estaca era demasiado dura y resistente para él.
Las palabras del anciano provocaron que el niño se imaginara al elefante durmiéndose cada noche de agotamiento y extenuación.
—Después de que el elefante intentará un día tras otro liberarse de aquella cadena sin conseguirlo, —continuó el anciano”, llegó un momento terrible en su historia: el día que se resignó a su destino.
Finalmente, el sabio miró al niño a los ojos y concluyó:
—Ese enorme y poderoso elefante que tienes delante de ti no escapa porque cree que no puede. Todavía tiene grabado en su memoria la impotencia que sintió después de nacer. Y lo peor de todo es que no ha vuelto a cuestionar ese recuerdo. Jamás ha vuelto a poner a prueba su fuerza. Está tan resignado y se siente tan impotente que ya ni se lo plantea.
Y así, como el elefante, hemos crecido creyéndonos limitados por cadenas y estacas que aún hoy nos acompañan:
Estaba allí desde el primer momento, en la adrenalina que circulaba por las venas de tus padres cuando hacían el amor para concebirte, y después en el fluido que tu madre bombeaba a tu pequeño corazón cuando todavía eras sólo un parásito.
Llegué a ti antes de que pudieras hablar, antes aun de que pudieras entender algo de lo que los otros te hablaban.
Estaba ya, cuando torpemente intentabas tus primeros pasos ante la mirada burlona y divertida de todos. Cuando estabas desprotegido y expuesto, cuando eras vulnerable y necesitado.
Aparecí en tu vida de la mano del pensamiento mágico, me acompañaban… las supersticiones y los conjuros, los fetiches y los amuletos… las buenas formas, las costumbres y la tradición… tus maestros, tus hermanos y tus amigos…
Antes de que supieras que yo existía, yo dividí tu alma en un mundo de luz y uno de oscuridad. Un mundo de lo que está bien y otro de lo que no lo está. Yo te traje tus sentimientos de vergüenza, te mostré todo lo que hay en ti de defectuoso, de feo, de estúpido, de desagradable. Yo te colgué la etiqueta de “diferente” cuando te dije por primera vez al oído que algo no andaba del todo bien contigo.
Existo desde antes de la conciencia, desde antes de la culpa, desde antes de la moralidad, desde los principios del tiempo, desde que Adán se avergonzó de su cuerpo al notar que estaba desnudo… y lo cubrió. Soy el invitado no querido, el visitante no deseado, y sin embargo soy el primero en llegar y el último en irme.
Me he vuelto poderoso con el tiempo, escuchando los consejos de tus padres sobre cómo triunfar en la vida. Observándolo preceptos de tu religión, que te dicen qué hacer y qué no hacer para poder ser aceptado por Dios en su seno. Sufriendo las bromas crueles de tus compañeros de colegio, cuando se reían de tus dificultades. Soportando las humillaciones de tus superiores. Contemplando tu desgarbada imagen en el espejo y comparándola después con las de los “exitosos” que se muestran por televisión.
Y ahora, por fin, poderoso como soy y por el simple hecho de ser mujer, de ser negro, de ser judío, de ser homosexual, de ser oriental, de ser discapacitado, de ser alto, petiso, o gordo…puedo transformarte… en un tacho de basura, en escoria, en un chivo expiatorio, en el responsable universal, en un maldito bastardo desechable.
Generaciones y generaciones de hombres y mujeres me apoyan. No puedes librarte de mí. La pena que causo es tan insostenible que, para soportarme, deberás pasarme a tus hijos, para que ellos me pasen a los suyos, por los siglos de los siglos.
Para ayudarte a ti y a tu descendencia, me disfrazaré de perfeccionismo, de altos ideales, de autocrítica, de patriotismo, de moralidad, de buenas costumbres, de autocontrol.
La pena que te causo es tan intensa que querrás negarme y para eso intentarás esconderme detrás de tus personajes, detrás de las drogas, detrás de tu lucha por el dinero, detrás de tus neurosis detrás de tu sexualidad indiscriminada.
Pero no importa lo que hagas, no importa adónde vayas, yo estaré allí siempre allí. Porque viajo contigo día y noche sin descanso, sin límites. Yo soy la causa principal de la dependencia, de la posesividad, del esfuerzo, de la inmoralidad, del miedo, de la violencia, del crimen, de la locura.
Yo te enseñé el miedo a ser rechazado, y condicioné tu existencia a ese miedo. De mí dependes para seguir siendo esa persona buscada, deseada, aplaudida, gentil y agradable que hoy muestras a los otros.
De mí dependes porque yo soy el baúl en el que escondiste aquellas cosas más desagradables, más ridículas, menos deseables de ti mismo. Gracias a mí, has aprendido a conformarte con lo que la vida te da, porque después de todo, cualquier cosa que vivas será siempre más de lo que crees que mereces.
¿Has adivinado, verdad?
Soy el sentimiento de rechazo que sientes por ti mismo.
Recuerda nuestra historia… Todo empezó aquel día gris en que dejaste de decir orgulloso: ¡YO SOY! y entre avergonzado y temeroso, bajaste la cabeza y cambiaste tus dichos y actitudes por un pensamiento:
YO DEBERIA SER…
Que suerte que tu formaste parte de mi vida. Dicen que la única forma de conocernos es a través de los ojos de otros. Hay reflejos más fidedignos que otros. Algunos nos hacen de menos y otros nos idealizan y nos enseñan lo mejor de nosotros mismos. A mi mejor reflejo la llamaba mamá y ella me hizo darme cuenta de lo bueno que había en mí, incluso antes de que lo hubiese.
Hubo una época en que los barcos que recorrían el Mediterráneo ida y vuelta desde Cádiz hasta Estambul se detenían en los puertos de las islas. Allí, mientras los cargueros descargaban sus mercaderías y se aprovisionaban de todo lo necesario para seguir su viaje, los marineros repetían el mismo ritual. Recibían su paga y corrían a la taberna para gastarse hasta el último centavo en vino y mujeres. Y cuando el dinero se acababa, dos o tres días después, los marineros volvían al barco, saturados de alcohol y borrachos de sexo, o al revés, para dormir hasta que el carguero volviera a hacerse a la mar.
El pescador me contó que un día dos marineros cruzaban el viejo puente de madera construido sobre el río, camino a la taberna. Su barco había entrado en el puerto muy temprano esa mañana y la mayoría de sus compañeros se habían adelantado, colgándose, literalmente, de los camiones de transporte para ser llevados al pueblo.
De pronto, el más joven de los dos amigos se quedó mirando por encima de la barandilla, hacia la costa de río.
—¿Qué haces? Vamos…— Ven aquí —dijo él otro…
—Mira… ¿No te parece hermosa?
El otro miró hacia abajo y vio a una campesina que lavaba la ropa a orillas del río. Pensó que no se refería a ella, jamás usaría la palabra hermosa para describirla, sobre todo porque, dada su edad, su costumbre y su intención, cualquier mujer que aparentara tener más de veinticinco años era una vieja.
—¿De quien hablas?
—De esa mujer…La que lava la ropa. ¡No la ves?
—Si la veo. Pero no entiendo qué le ves de hermosa. Mira, en la taberna nos esperan decenas de mujeres mucho más jóvenes, mucho más guapas y, con toda seguridad, con mucho más deseo de complacernos que ella. Vamos date prisa.
—No—dijo el más joven—, tengo que hablar con ella…Sigue tú, te veré en la taberna.
Dicho eso, empezó a caminar hacia abajo, por el sendero que llevaba al río.
—No tardes demasiado… —le gritó el otro saludándolo desde lejos, y siguió su camino hacia el pueblo, sonriendo, mientras movía su cabeza de un lado a otro negando con el gesto lo que había pasado.
El marinero se acercó hasta la orilla y, en silencio, se sentó en el césped, a unos pocos metros por detrás de la joven, sin atreverse apenas a hablarle. La muchacha siguió durante más de media hora con su trabajo y luego se puso de pie, seguramente para volver a su casa cargando la cesta de la ropa ya limpia
—¿Me permites que te ayude? —preguntó el joven, insinuando el gesto de llevarle la cesta.
—¿Por qué? —respondió ella.
—Porque quiero —dijo él.
—¿Por qué? —repitió ella.
—Porque me gustaría caminar un rato a tu lado —dijo él con sinceridad.
—Tú no eres de aquí. Vivimos en un pueblo muy pequeño y aquí no se supone que una mujer soltera pueda caminar acompañada por un extraño.
—Entonces… déjame llevar la cesta para conocerte y que me conozcas.
Por toda respuesta, la muchacha sonrió y empezó a caminar hacia el pueblo.
—¿Como te llamas? —se atrevió a preguntar él, después de diez minutos de marcha.
—Nácar —dijo ella, sin pensar si debía o no contestar.
—Nácar… —repitió él, y luego agregó—: Eres tan hermosa como tu nombre.
Tres horas después el muchachito entraba en la taberna y buscaba a su amigo entre el mar de gente y la nube de humo espeso que llenaba el tugurio. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, vio que su amigo gesticulaba ampulosamente desde un rincón pidiéndole que se acercara. Dos hermosas mujeres casi colgaban de su cuello riendo con él, un poco como consecuencia del alcohol que a esas alturas debía de estar alcanzando ya elevadas concentraciones en la sangre de los tres.
—Si llegas a tardar un poco más, te quedas sin probar el vino —le dijo cuando lo tuvo cerca. Y luego, mirando a una de las mujeres que lo acompañaban, agregó—: Sírvele un poco de vino a mi amigo, por favor…
—Escúchame… —dijo el joven—, necesito tu ayuda.
—Claro, hombre. Yo pago.
—No me entiendes. Me quiero casar.
—Ah. Yo también. ¿Tú prefieres a la morena o a la pelirroja?
El más joven sacudió a su amigo suavemente para llamar su atención y conseguir que su mente venciera al vino y pudiera prestarle atención.
—Pretendo casarme con Nácar, la muchacha que vimos hoy desde el puente. Y necesito tu ayuda.
—Creo que estuviste demasiado tiempo navegando —dijo su amigo, entendiendo que el jovencito hablaba en serio—. Es muy común entre los novatos como tú. Después de pasar más de tres semanas a bordo, pisan tierra y se enamoran de la primera mujer que ven. Yo lo entiendo y lo he vivido, pero decidir casarse por eso es una locura…
—Puede ser, pero la vida es, en sí, una locura. El amor es una locura y la felicidad también lo es. Yo no quiero que me juzgues, amigo mío, quiero que me ayudes.
La tarde caía cuando los dos marineros, con su uniforme de ceremonias, llamaban a la puerta de la casa donde vivía Nácar. El ritual de la isla decía que el pretendiente debía concurrir a casa de la novia con su padrino de bodas para pedirle al padre la mano de su hija. Éste pediría una dote, como era la costumbre, y, si había acuerdo, se establecería en ese momento la fecha de la boda.
—¿Estás seguro de lo que haces? —preguntó el improvisado padrino.
—Más que de ninguna otra cosa —dijo el pretendiente.
Finalmente, el dueño de la casa apareció. El que apadrinaba se adelantó y le dijo, parsimonioso:
—Mi amigo me ha pedido que le acompañe para pedirle a su hija en matrimonio.
—Ah… Su amigo es muy afortunado de pretender casarse con una de mis hijas. Supongo que venís a por Anna. Ella es realmente una joya única. —Nosotros… A pesar de que apenas tiene dieciocho, es ya toda una mujer —siguió diciendo el hombre sin escuchar a su interlocutor—. Siempre supimos que sería la primera en dejarnos. No sólo es bellísima, sino también hacendosa, sensual y muy saludable. Nunca estuvo enferma…Como comprenderás, nos costará mucho dejarla ir con su amigo, pero veo que sois gente buena…Te la daré por el valor de veinte vacas.
—Es que…
—No, no. Ni una menos. Ella lo vale.
—Yo lo entiendo —dijo el amigo del novio—, pero no es Anna la novia pretendida.
—Oh… Qué agradable sorpresa —dijo el hombre—. Yo creía que ya no quedaban jóvenes que valoraran la inteligencia. Rubí es la más inteligente de las tres. Si bien se puede decir que no tiene el cuerpo perfecto de su hermana menor, lo compensa con una mente brillante. Una sagaz compañera y una amiga fiel. No dudo de que será una excelente madre. Por ser vosotros, os la puedo dar por trece vacas. Y no lo dudes, es muy buen precio.
—Se lo agradezco mucho, señor, pero a quien mi amigo pretende pedir en matrimonio es a su hija Nácar. Aunque trato de disimularlo, un rictus de sorpresa y de incredibilidad pasó por el rostro del jefe de familia.—Nácar. —balbuceó—. Claro… Nácar. —Sí. Nácar. —Me parece… me parece… —el hombre trataba de encontrar una palabra que no conseguía hallar. —¡Maravilloso! —dijo al fin—. Sólo un hombre inteligente y bondadoso puede ver la belleza oculta en una mujer. Ciertamente tiene mucho que aprender, pero también tiene una gran disposición para aprenderlo. Es una buena oportunidad para conseguir una buena esposa a buen precio. Considerando que es la mayor, te la daré por el valor de siete vacas… Bueno, quizá seis… pero no por menos.
—Señor —dijo es ese momento el pretendiente—, permítame que le confirme en persona mi decisión de casarme con su hija Nácar. Sólo quiero poner una condición con respecto al precio.
—No abuses de tu futuro suegro, querido joven. El pequeño tema de su cojera es un asunto sin importancia… No se puede conseguir nada por ese precio en esta isla.
—Justamente por eso —dijo el joven— quisiera tomarla como esposa; pero quiero pagar por ella el equivalente a veinte vacas, como pides por la mejor de tus hijas, y no solamente seis. —¿Qué dices?
—¿Estás loco? —dijo su amigo tratando de frenar su estupidez—. Dijo que te la daría por seis. Además, cojea. ¿Por qué quieres pagar por ella más de lo que vale?
—Porque no creo que ella valga menos que su bella y joven hermana.
—Trato hecho. Veinte vacas —se apresuró a decir el padre. Y añadió, quizá temiendo un arrepentimiento—: ¡Pero que la boda sea lo antes posible!
Así, los amigos se separaron. Uno de ellos volvió al barco y el otro se quedó en la isla. Pasaron cinco años antes de que el destino volviera a traer al marinero al mismo puerto, pero apenas llegó, no pudo pensar en otra cosa que en su joven amigo. ¿Qué habría sido de él? ¿Se habría casado? ¿Cuánto habría durado su matrimonio? ¿Estaría aún en la isla? Preguntando por aquí y por allá, por aquel joven marinero que alguna vez se había casado con la hija del isleño, le dijeron que ahora vivía en una casa muy humilde que se había construido con sus propias manos, muy cerca de la cima de la montaña. Subiendo por el camino del oeste llegaría, después de media hora de marcha, a casa de su amigo. Su estado físico le habría permitido llegar antes, pero lo detuvo una extraña procesión con la que se cruzó al empezar a subir la cuesta. Decenas de hombres y mujeres bajaban al pueblo. Llevaban en hombros a una bellísima mujer a la que permanentemente le tiraban pétalos de flores, le cantaban y adulaban. Ella, mientras tanto parecía irradiar luz: de hecho, sólo con pasar a su lado se sintió mejor. Sonriendo a todos, la hermosa mujer saludaba alargando la mano una y otra vez a los que se acercaban a tocarla. Tuvo que resistir la tentación de ir tras ellos y sumarse al extraño ritual; pero finalmente llegó a la casa que le habían indicado. Todo parecía tan cuidado y ordenado que el marinero pensó por primera vez que quizá debería empezar a pensar en sentar cabeza. Golpeó la puerta y su viejo camarada abrió en seguida
—Querido amigo… —le dijo al verlo—. ¡Qué sorpresa verte por aquí! ¿Cuándo habéis echado el ancla?
—Esta mañana… He venido apenas he desembarcado para saber de ti. ¿Cómo estás? —Cuánto me alegra… ¿Y tu… esposa? — casi tenía miedo de preguntar.
—Ah, qué pena me da que no esté aquí. Hoy es su cumpleaños y la gente del pueblo la vino a buscar para agasajarla; la quieren tanto… La tratan como si fuera una santa. Debes de haberte cruzado con ellos al subir…
—Ah… si, claro. ¿Como iba a saber que era ella? Ni siquiera sabía que te volviste a casar.
—¿Yo, volverme a casar? ¿Que dices? Sigo casado con Nácar, la joven cuya mano pediste para mi.
—¿Pero no dices que es la mujer que llevaban en andas hacia el pueblo? Esa no podía ser ella…
—¿Cómo que no podía?
—Perdona, amigo mío, yo la conocí. Nácar era una mujer que aparentaba hace cinco años mucha más edad que la joven de la procesión. Además, ésta era bellísima y tu esposa… Perdona que te lo diga, pero no era…
—No, no era… como es. Pero se ha vuelto así como la viste.
—Pero… ¿cómo puede ser?
—Pues no lo sé… Quizá se deba a la dote…
—¿Cómo dices?… No te entiendo.
—Yo pagué por ella una dote de veinte vacas, el precio que se pagaba por las más hermosas, tiernas y maravillosas mujeres, la traté siempre como una mujer de veinte vacas y la ayudé a que supiese que así era. Tal vez eso la empujó a convertirse en la fantástica y bella mujer que hoy es.
Querido amigo,
Este año que llega hoy a su ocaso, comenzó gris, ha estado lleno de sabores y concluye mucho mejor de lo que empezó, pero con un vacío que, los que habéis recorrido este camino, sabréis reconocer.
Gris amargo, casi noche. Cuenta Jorge Bucay que el día que le dejó su madre fue el más triste de su vida y, aun así, el estaba feliz. Feliz porque a pesar de entender que así es como debía de ser, fue tal y como a su madre le hubiese gustado, llegó más tarde que pronto y allí, despidiéndose de ella, estaba toda la gente que a ella le hubiese gustado.
La vida es caprichosa. Te fuiste más pronto que tarde, quedó pendiente vernos vestir de blanco, o negro, y como tu siempre dijiste, malcriar un poco a tus nietos. Creo que siempre supiste este desenlace, pero Tú, siendo tan Tú como eres, te lo guardaste para ti y pudimos vivir, y compartir, buenos momentos. Gracias por ello, atesoro cada uno de los recuerdos que creamos juntos. Que bueno sería si el mundo nos despidiese tal y como Bucay despidió a su madre, creo que es un buen deseo, este año os lo deseo a todos.
En el discurso del funeral os comentaba que al no encontrar mis palabras tomé prestada las de mi abuela. Si entonces las hubiera encontrado, esto es lo que me hubiera gustado contaros:
Mi Madre era una persona especial, la palabra que mejor la describe es precisamente esa, Mamá. Y no solamente mía sino también de los muchos que tuvisteis el placer de compartir con ellas aventuras profesionales o personales. Si tuviese que elegir otra palabra sería cariño, de ese que solo una madre sabe dar. Creo que todos tenemos gente así en nuestra vida, a veces no es nuestra mamá por derecho de sangre, a veces papás, abuelos, tíos e incluso amigos personifican este arquetipo. Y hoy, puesto que es Navidad, y como dice la película, “en Navidad hay que decir la verdad”, os animo a que les hagáis saber que los valoráis, a vuestra manera, hacerlo por los que hoy, nos es un poco más difícil.
Hoy quiero compartir con vosotros un poco de su sabiduría, de esa que se trasmite de madres a hijos en clave de amor. A continuación, os presento tres lecciones de vida que aprendí de mi Madre y que tiempo después comprendí e interioricé gracias a los cuentos que ahora las acompañan. Para los que no las conozcáis, son recopilaciones de Jorge Bucay. De entre sus obras destacar: Déjame que te Cuente, Cartas para Claudia o Amarse con los Ojos Abiertos.
La primera de las lecciones la aprendí hace tiempo, cuando todavía no me cerraba la barba. Quizás este cuento os suene: la típica historia del típico niño sensible con algún que otro complejo. Mala combinación. Los que conocéis a Ralph, Jack y Piggy de la novela de Golding me entenderéis mejor. El caso es que mi madre fue apoyo incondicional en ese difícil proceso que es aprender a valorarse. Ella decía que loúnico que hace falta para que un niño crezca bien es amor. No puedo estar más de acuerdo con ella.
Hay una vieja historia de un joven que concurrió a un sabio en busca de ayuda.
—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después… —y haciendo una pausa agregó— Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
—E… encantado, maestro —titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—Bien —asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó —toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer al anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado —más de cien personas— y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación.
—Maestro —dijo— lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
—Qué importante lo que dijiste, joven amigo —contestó sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
—Dile al maestro, muchacho, que, si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. ¡¿58 monedas?! —exclamó el joven.
—Sí —replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… Si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
—Siéntate —dijo el maestro después de escucharlo—. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
Y con esta historia os invito a que elijáis bien los espejos en los que os queréis mirar y a que seáis honestos con los reflejos que proyectáis.
Hace ya algunos años, años antes de conocerte, me enamoré y como sabéis, cuanto menos correspondido más encaprichado. El caso es que hablando con mi madre de la situación me dijo (recuerdo todavía como si fuese ayer sus palabras) —esto no es tan importante, como esto habrá miles y esto, también pasará. Efectivamente así pasó.
Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con dos personalidades. Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz. Ya desde la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos. Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas.
En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos. Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los pedidos de sus súbditos y amigos.
Sin embargo, había también otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir un rato más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba aun más que las lluvias. La comida estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba su dolor de cabeza. Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba opositores…
Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era NO. Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión.
—Señores —les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de otra manera. Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero.
Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey. Sin embargo, todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado. Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso. Esa noche el rey lloró.
A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia. Era un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca.
—Majestad —dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio. Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero. El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo único que había era un anillo plateado.
—Gracias —dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico?
—Por cierto lo es —respondió el viajero—, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo… Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo. Y recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo.
El rey tomó el anillo y leyó en voz alta: Debes saber que ESTO también pasará.
Y en mi experiencia, corta en los ojos de algunos de vosotros que habéis leído más páginas de vuestro cuento y larga en los de otros que apenas habéis concluido el prólogo, os puedo confirmar que es absoluta y verdaderamente cierta.
La última historia que os presento a continuación me ayudó a tomar varias decisiones y a entender lo que es el amor. Tiempo después tomé prestadas otras tres definiciones que aprovechando la ocasión, también os las dejo:
Querer es…:
- …la decisión de trabajar activamente por la felicidad de otra persona, aunque esta no te incluya en sus planes.
- …aceptación incondicional.
- …la alegría por la sola existencia de una persona.
También recuerdo contar esta historia en nuestra primera cita…
Había una vez una princesa, que quería encontrar un esposo digno de ella, que la amase verdaderamente. Para lo cual puso una condición: elegiría marido entre todos los que fueran capaces de estar 365 días al lado del muro del palacio donde ella vivía, sin separarse ni un solo día. Se presentaron centenares, miles de pretendientes a la corona real. Pero claro, al primer frío la mitad se fue, cuando empezaron los calores se fue la mitad de la otra mitad, cuando empezaron a gastarse los cojines y se terminó la comida, la mitad de la mitad de la mitad, también se fue.
Habían empezado el primero de enero, cuando entró diciembre, empezaron de nuevo los fríos, y solamente quedó un joven. Todos los demás se habían ido, cansados, aburridos, pensando que ningún amor valía la pena. Solamente éste joven que había adorado a la princesa desde siempre, estaba allí, anclado en esa pared y ese muro, esperando pacientemente que pasaran los 365 días.
La princesa que había despreciado a todos, cuando vio que este muchacho se quedaba empezó a mirarlo, pensando, que quizás ese hombre la quisiera de verdad. Lo había espiado en octubre, había pasado frente a él en noviembre, y en diciembre, disfrazada de campesina le había dejado un poco de agua y un poco de comida, le había visto los ojos y se había dado cuenta de su mirada sincera. Entonces le había dicho al rey:
—Padre creo que finalmente vas a tener un casamiento, y que por fin vas a tener nietos, este es el hombre que de verdad me quiere.
El rey se había puesto contento y comenzó a prepararlo todo. La ceremonia, el banquete e incluso, le hizo saber al joven, a través de la guardia, que el primero de enero, cuando se cumplieran los 365 días, lo esperaba en el palacio porque quería hablar con él.
Todo estaba preparado, el pueblo estaba contento, todo el mundo esperaba ansiosamente el primero de enero. El 31 de diciembre, el día después de haber pasado las 364 noches y los 365 días allí, el joven se levantó del muro y se marchó. Fue hasta su casa y fue a ver a su madre, y ésta le dijo:
—Hijo querías tanto a la princesa, estuviste allí 364 noches, 365 días y el último día te fuiste. ¿Qué pasó?, ¿No pudiste aguantar un día más?
Y el hijo contestó:
—¿Sabes madre? Me enteré que me había visto, me enteré que me había elegido, me enteré que le había dicho a su padre que se iba a casar conmigo y, a pesar de eso, no fue capaz de evitarme una sola noche de dolor, pudiendo hacerlo, no me evitó una sola noche de sufrimiento. Alguien que no es capaz de evitarte una noche de sufrimiento no merece de mi Amor, ¿verdad madre?
Y como dice Jorge al pie de esta historia:
Cuando estás en una relación, y te das cuenta de que pudiendo evitarte una mínima parte de sufrimiento, el otro no lo hace es, porque todo se ha terminado.
Cierro con estas tres reflexiones. Espero que os ayuden a iluminar pasajes oscuros en vuestros caminos.
Como siempre aprovecho para dar la bienvenida a aquellos que recibís esta carta por primera vez y agradeceros a los que seguís interpretando vuestro papel en este cuento que nos tiene como protagonistas y que llamamos vida.
En clave de agradecimientos, muchas gracias…
- …a los que nos acompañasteis en la despedida y tengo la suerte de poderos llamar amigos, en especial a los que vinisteis desde lejos (incluso desde el otro lado del mundo), nos hicisteis un hueco en vuestras agendas, y a los que queriendo estar no pudisteis y también a vosotros que lo sentís ahora que conocéis la noticia. La verdad es que fuisteis el contrapunto dulce.
- …a vosotros que me dais oportunidades profesionales, valoráis mi trabajo y me permitís avanzar más rápido de lo que corresponde. Gracias por entender esta hambre.
- …a los que formáis parte de los excepcionales equipos de los que formo parte. En especial a los amigos que se han convertido en compañeros y a compañeros que he tenido que despedir recientemente ya, como grandes amigos. Suerte en los retos venideros que asoman a la vuelta del año.
- …a vosotras que compartís nacionalidad con el autor invitado de esta carta, que confiáis en mí, me habéis planteado retos y dado la oportunidad de resolverlos.
- …a vosotros, que os atiendo menos de lo que debería y con los que he incumplido el compromiso de tomarme al menos un café este año. Gracias por no tenérmelo tan en cuenta. Sigo con el propósito en mente.
- …a vosotros con los que tengo la suerte de veros más a menudo, algunos que estáis o habéis disfrutado de aventuras al otro lado del mundo y con los que espero seguir construyendo anécdotas y honrando ritos.
- …a los que a pesar de estar lejos no perdéis la ocasión para haceros sentir cerca.
- …a mi familia y a los que, sin serlo, os siento parte de ella. Gracias por tratar de ser inmutables en este cuento que cada vez cambia más rápido. Todos los aventurares necesitamos saber que podemos regresar a un lugar al que llamamos hogar. Y como sabéis, el hogar no es otra cosa que el sitio donde está la familia.
- …a ti que das nombre al comienzo del día y color a los días que comenzamos juntos. A ti que, sin moraleja, también iluminas caminos.
- …a ti, Mamá, gracias por enseñarme a ser, por luchar como el protagonista más valiente, por inspirar como el mago más sabio, por dar como el rey más bondadoso, por tu entereza, por mirar a la cara al reto más difícil que se nos plantea en nuestra historia. Tu sin duda eres, has sido y serás la persona más importante de mi vida. Y al escribir esto, no puedo evitar oírte diciéndome:
—Si Carlos, eso puede que sea cierto, y lo será; hasta que tengas hijos…
Os deseo que este 2020, horizonte de muchos planes, sea bueno para vosotros, esté lleno de amor y felicidad, y haya muchos momentos alegres, cada uno, en el camino que consideráis correcto.
- La felicidad es la certeza de no sentirse perdido…
- La felicidad no es estar contento, reírse todo el tiempo,…
- La felicidad es la sensación de serenidad que tienes cada vez que tienes la certeza de estar en el camino correcto…
Y si todavía no habéis tenido la fortuna de encontrar el camino correcto, no os preocupéis, aquí tenéis un amigo que todavía está buscando el suyo. Quizás os ayude El Mito de la Diosa Fortuna, pero eso es ya otro cuento…
Con todo mi cariño,